Publicada en La Nación on line el 17 de febrero de 2021.
“El año que viene va a ser difícil que vuelvan las clases presenciales”, “el Ministerio está muy firme”. Esas y otras frases se repetían en las puertas de los colegios a la entrada y salida de las absurdas “burbujas” de 45 minutos que padecimos a fin del año pasado.
Sin embargo, la historia fue distinta. Padres, ciudadanos individuales y -hasta entonces- aislados, se juntaron en la asociación Padres Organizados para alzar la voz. Y fueron escuchados; primero por la oposición y luego por el oficialismo. Así, de la noche a la mañana, pasaron de ver las aulas como potenciales bombas biológicas a asegurarnos que iban a estar abiertas. Los padres lo logramos.
De la noche a la mañana, pasaron de ver las aulas como potenciales bombas biológicas a asegurarnos que iban a estar abiertas.
Ahora se abre un nuevo desafío ¿Cómo va a ser esa presencialidad? ¿Ficticia o real? Los padres nos olvidamos de matizar el reclamo. Cuánta inexperiencia.
Nos encontramos frente una vuelta a las clases que es una verdadera tortura: los colegios, siguiendo lineamientos bajados desde el Ministerio y las Direcciones Generales, envían a los padres -además de la lista de materiales, uniformes y libros- protocolos demenciales. “Tengo uno que va dos horas tres veces por semana a la tarde, el otro va tres veces a la mañana”; ” el de jardín va una semana sí y una no”; “los voy a tener en casa en mi horario de trabajo, pero en el colegio cuando estoy libre”; quejas que se leen en cualquier chat de muchos colegios.
El Plan Jurisdiccional de la Provincia de Buenos Aires para la vuelta a clase parece responder más a una sed de venganza hacia los padres que a una preocupación por la educación de los chicos. ¿Nadie se detiene a observar lo absurdo de todo eso y a levantar la voz? ¿Por qué los chicos de jardín tienen que guardar mayor distancia que los de primaria? ¿Cuál es la razón epidemiológica para que los chicos vayan cuatro días al colegio y no los cinco? ¿Por qué tres horas y media como máximo?
A lo absurdo de las medidas se le suma lo desconectadas que están con el resto del funcionamiento social: mientras un chico puede estar en un restaurant sin tapaboca, en el aula tiene que tenerlo puesto. Puede ir al shopping con amigos, pero en el colegio se tiene que mantenerse a 1.5 m de su compañero más cercano.
A esto se suma la experiencia previa: tanto el Ministerio de Educación como la Dirección General de Educación Provincial han sido los responsables de una de las políticas más vergonzosas en la gestión mundial de la pandemia: fuimos el único país del mundo que mantuvo los colegios cerrados por más de ocho meses. ¿Tenemos que aceptar sus protocolos como palabra santa? Estudios y experiencias internacionales serias parecen contradecir esta obstaculización encubierta para volver a las aulas.
Fuimos el único país del mundo que mantuvo los colegios cerrados por más de ocho meses. ¿Tenemos que aceptar sus protocolos como palabra santa?
¿Dónde está Colegios Organizados? ¿Dónde están esas comunidades intermedias que tienen el rol social natural de proteger a sus miembros de los atropellos estatales? ¿Van a seguir presentando notas por mesa de entrada? ¿En serio creen que lo único que queda es agachar la cabeza frente a funcionarios que ni siquiera logran expresarse en público en forma adecuada?
El daño que le están haciendo a nuestros hijos es enorme. Cada uno de nosotros como miembros de una comunidad, debemos ejercer nuestra responsabilidad en forma activa. No podemos quedarnos de brazos cruzados, viendo cómo nos embrutecemos cada día un poco más.