Por María de los Ángeles Reig – Publicada en La Nación online
Vivimos en un mundo más conectado a internet que a la realidad. Redes sociales con miles de millones de usuarios son el medio donde una inmensa mayoría –en Instagram el 70% son menores de 35 años- forma sus ideas, sus opiniones, se entretiene, se informa e incluso, aprende.
Por momentos parecería tener una dinámica correlativa a la de la sociedad de “carne y hueso”. En ellas están los que hacen música, los que enseñan, los psicólogos, las madres, los médicos e incluso –acentuado por el aislamiento- tiene su espacio reservado para practicar el culto.
Sin embargo, el hábitat natural para el hombre y para su adecuado desarrollo y educación es la comunidad real. Más de uno se debe estar preguntando a qué viene semejante obviedad, y es que, lamentablemente, cada vez es más necesario recordar y recalcar estas cuestiones de puro sentido común que esta época se empeña en desconocer o mirar con extrañeza.
Ahora bien, ¿qué sucede cuando este orden se subvierte y el espacio propio del ser humano pasa a ser el mundo virtual? Se produce una disociación, una disforia, entre lo que la persona es realmente y aquello que construye como su identidad y que muestra y comparte en las redes sociales. Es, en otras palabras, la idea de la autopercepción llevada al extremo, porque el receptor no tiene la posibilidad de confrontar aquello que el sujeto pretende mostrar con lo que la realidad misma manifiesta.
Por ejemplo, si un varón de 50 años dice en su cuenta de Instagram que es una mujer de 25, no hay forma de cotejarlo. Sin embargo, si ese mismo sujeto me dice a plena luz del día que él es una joven de 25 años, la constatación empírica me permitirá sacar mis propias conclusiones al respecto. Es decir, vivir en el mundo de las redes sociales nos pone en riesgo de alejarnos de la verdad, de la realidad, de lo que somos. De la verdad entendida en un sentido clásico como adaequatiointellectus ad rem. Si no hay contacto con la res, con la cosa, no hay adecuación de la inteligencia posible. Así, la razón humana queda boyando sin anclaje sobre un océano sin norte.
Cuanto más alejados de la realidad se mantengan los usuarios, tanto más manipulables se vuelven. La lógica de la ideología es perfectamente coherente mientras la mantengamos alejada del patrón de realidad
Y en este mundo líquido de la posverdad, aparece un nuevo modelo de arquetipo, que son los influencers: personajes que, a través de fotos, videos y publicaciones, muestran una cotidianeidad construida a partir de productos promocionados e ideas cool, que viven a merced de los likes de sus seguidores. Se unen indistinta y apasionadamente a diversas “luchas” sociales como el aborto, la ideología de género, el veganismo o contra el racismo, no importa que las consignas de una y otra sean contradictorias. En este mundo la contradicción no existe, porque no hay donde verificarla.
Así, mirando a estos modelos de utilería, desligado de todos y de todo, preocupado en construir una imagen para mostrar hacia afuera, el ser humano se vuelve extremadamente egocéntrico, autocomplaciente. La moda de la selfie es la expresión gráfica de este fenómeno antropológico. Yo soy mi propio fotógrafo, yo elijo mi mejor perfil, mi mejor ángulo para dárselo a conocer a los demás. No hay un otro, un fotógrafo que me aconseje, me corrija para obtener mi mejor retrato. La pura autopercepción.
Y este “environment” lleno de vapores e inconsistencias se convierte en un caldo de cultivo perfecto para la ideología, justamente porque ésta es un prejuicio, un preconcepto, una forma a priori a partir de la cual el sujeto pretende explicar toda la realidad, no sólo el presente, sino también el pasado, incluida la historia, con sus epopeyas y personajes.
Cuanto más alejados de la realidad se mantengan los usuarios, tanto más manipulables se vuelven. La lógica de la ideología es perfectamente coherente mientras la mantengamos alejada del patrón de realidad. Es como el loco que se cree Napoleón, en sí mismo es perfectamente coherente: se viste como Napoleón, habla como Napoleón, posa como Napoleón. El problema es que no es Napoleón. Su comportamiento es coherente en sí mismo, pero no en relación a la realidad. Algo análogo sucede con la ideología; el blacklivesmatter, a priori, es una gran causa humanitaria; hasta que aparece la estadística que dice que hay más negros que matan negros que blancos que matan negros. Punto. Se acabó. Chocó con la realidad. El drama que atravesamos hoy es que muchos enajenados, prefieren seguir viviendo en ese mundo ideologizado en vez de rendirse ante la evidencia.
Afortunadamente sabemos que la realidad siempre termina imponiéndose. Tarde o temprano y muchas veces a costa de dolor y sufrimiento. Nos guste o no, las cosas son como son.